lunes, 31 de agosto de 2009

Capítulo 66

¡Hola a todo el mundo wapísim@s! Qué bonita es la vida, ¿verdad? Si, lo reconozco, soy feliz. A pesar de la crisis, las guerras, el hambre en el mundo, otra posible edición de Gran Hermano y todos los demás males del mundo que existan, y soy feliz porque yo estoy en Valencia. Tras muchos nervios, muchas horas de espera y más de cuatro horas de viaje he llegado por fin a la ciudad. Como era de esperar, el revuelo a la llegada del hotel ha sido importante. Creo que el recepcionista cuando nos ha visto llegar gritando a todos se ha desesperado un poco, como si le hubiésemos quitado las ganas de vivir. ¡Era de esperar! Pero bueno ya estará acostumbrado (y si no me da igual), así que pasemos a hablar de lo importante. El caso es que estoy en la sala de Internet del hotel (obviamente no me he traído el portátil a la playa) y como no tengo mucho tiempo hoy os contaré como ha sido el viaje de ida y ya mañana os contaré que tal el primer día por aquí.

¿Por dónde empezar? Veamos. Bueno, os cuento todo y punto. Dormir no dormí nada aquella noche. Los nervios por irme de allí no me dejaron. Me sentía como un perro enjaulado sin poder salir de la ciudad. Después de toda una mañana conectada al Tuenti colgando mensajitos tontos sobre nuestra marcha a Valencia, fui a comer con Rubén, Cris y Dani. Con el etómago lleno de comida basura nos dimos una vuelta hasta las cinco de la tarde más o menos y nos volvimos a casa a por las maletas. A las seis ya estábamos todos los chavales del curso frente a un autocar en la puerta del instituto escoltados por una manada de cuarentones y cincuentones obsesionados por la seguridad interna, también denominados padres por antiguas tribus. Tras las típicas despedidas el bus arrancó en un mar de gritos de adolescentes sobrehormonados y una marea formada por los brazos al alza de los padres despidiéndose mientras veían partir a sus hijos hacía un destino sin autoridades en el que reinará la anarquía a nuestra llegada (por aquí, lo que se dice caso, no hacemos mucho la verdad). Tras calmarnos y dejar de gritar (como a los cuarenta kilómetros aproximadamente) el conductor puso música. Por desgracia nuestros discos que habíamos preparado para el viaje habían quedado olvidados en una maleta, así que nos pusieron un curioso medley de canciones del verano. Todos modernos eso sí. Tenía los últimos éxitos de los últimos años. “Soy minero”, “El venao” y “Follow the lider” son solo alguno de ellos. Si, al principio yo también pensé que era coña, pero no.

El viaje en general fue largo. Nos lo pasamos bien la verdad, pero cuando escuchas durante más de una hora la misma canción (que por cierto era la de “El venao”) como que te cansas un poco, sobre todo si cada vez que dicen el título de la canción oyes como la repiten a la vez con todas sus ganas un grupo de cincuenta personas como si fueran hooligans. Después de estas canciones cambiamos a otros clásicos hasta que paramos en un área de descanso (menos mal) y a partir de ahí preferimos quitar la música y darles un descanso a nuestros ya sangrantes tímpanos.

Cuando por fin llegamos al hotel eran las diez y cuarto de la noche. Entramos gritando al hotel y nos fuimos a repartirnos las habitaciones. A y media bajamos a cenar (¡vaya espectáculo!) y después a montarla. Como no podíamos salir del hotel, pues dentro de las habitaciones. Algún cliente se quejó, pero como no sabía hablar español pues ni caso. Estuvo muy bien la noche. Solo pude verle un pero, y es que nos acostamos sobre las seis y a las siete y media nos levantaron. Pero bueno, ¿para qué están los autocares si no es para dormir? Bueno yo me voy yendo ya. Hasta mañana.

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